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"NO TENGAS MIEDO"

(Montxo Armendáriz 2011)


La película muestra la historia de Silvia, una joven que sufre abusos sexuales por parte de su padre desde los siete años, y cuya madre prefiere ignorar lo que en un momento dado le cuenta su hija y que podría haberle alertado. En la historia vamos viendo la psicología del abusador, de su víctima y la reacción del entorno.


Silvia es la única hija de un matrimonio de clase media-alta de Pamplona (el padre es odontólogo y la madre tiene una tienda de ropa), que vive aparentemente feliz, con un padre cariñoso y muy atento al cuidado de su hija y una madre también aparentemente normal, si bien no excesivamente atenta ante algunas señales de alarma que aprecia en su hija, y que prefiere mirar a otro lado.


No hay estereotipos en la película, el padre no aparece como depravado, ni el entorno es una calamidad, todo en esta familia transcurre con una aparente y asombrosa normalidad.


Se transmite algo muy difícil de entender como es el bloqueo de las víctimas, a veces durante toda la vida. La protagonista tarda al menos 15 años en salir de ese bloqueo y por el camino ha estado a punto de perderlo todo.


La película se articula entre el comienzo de los abusos y el enfrentamiento de Silvia con su padre en la escena final. En ese intervalo vamos contemplando diversas etapas en la vida de Silvia: infancia, adolescencia y vida adulta (en la que desvela el abuso a una psiquiatra, se va de casa y se enfrenta a su madre), todas ellas intercaladas con escenas de terapia individual y de grupo.


La película comienza en negro con el sonido de la técnica EMDR en terapia. A partir de ahí se muestran pasajes cotidianos de la infancia de una Silvia de 6 ó 7 años con sus padres. La cámara está colocada a la altura de la cara de la niña y nos va mostrando a una padre cariñoso en sus juegos con ella, a veces como dos cómplices ante la madre.

Vemos a Silvia y a su padre compartiendo juegos, en el cine, patinando, etc., actividades en las que con frecuencia está Maite, la amiga de la infancia y constante a lo largo de la película.


Las escenas de una infancia feliz se interrumpen de pronto cuando, jugando con su padre a perseguirse y a hacerse cosquillas, Silvia se tira al sofá entre risas. La cámara se centra en la cara de una Silvia paralizada y no se la imagen del padre, que le va diciendo: no tengas miedo princesa, no tengas miedo. Se muestra sin enseñar una realidad dolorosa y terrible y la cara (la cámara refleja el cambio de expresión de Silvia en ese paso que va de lo amoroso a lo perturbador) es un resumen perfecto de la vivencia de la niña: parálisis, no saber qué está pasando, algo no está bien pero es su padre,…Es una etapa marcada por la tristeza y las pesadillas, además de la falta de protección de su madre, que ha tenido la información suficiente para haber parado el abuso.


Es en esta época de la infancia cuando Silvia cuenta a su madre lo que está pasando:


La pequeña Silvia está jugando con unos muñecos y dice: "Para, que me estás haciendo daño. No tonta, que te va a gustar mucho. Vamos a jugar al juego del polo. Chupa, chupa, Venga chupa más, como si fuera un polo. Venga sigue que está muerto, chupa...". Dándose cuenta de ello la madre se dirige a ella:


Madre: ¡Silvia! ¿Quién te ha enseñado eso? ¿Quién ha sido? ¿Es que no me oyes? ¿Quién?


Silvia: Papá…

Madre: No digas tonterías. Sabes que no me gusta que mientas. ¿Quién ha sido? ¡¡Silvia quién ha sido!! - gritándole - ¡Y sal de ahí hija, que manía te ha entrado con estar detrás del sofá!


Con esta reacción de su madre, Silvia es totalmente ignorada, además de acusada de mentir, dejándola totalmente abandonada en manos de su abusador. Las consecuencias de ocultar lo que está pasando, con tal de no perturbar la imagen y la estabilidad familiar son terribles. La vivencia que genera en la víctima, además del propio abuso, es la de cargar con la responsabilidad de mantener el equilibrio familiar.


El abuso ha continuado durante la adolescencia de Silvia, y lo que en su infancia fueron pesadillas, se convierten en esta etapa de su vida en innumerables síntomas que le hacen difícil la vida y exasperan a su madre: tristeza, falta de apetito, diarreas, problemas respiratorios que las radiografías no explican, dificultades en las relaciones con los chicos..

Aparece deambulando por las calles o haciendo los deberes en un parque, helada de frío, con tal de no volver a casa hasta que llegue su madre.


Vemos a una Silvia de unos 15 o 16 años, incapaz de ponerse un tampón, algo a lo que le anima Maite, ignorante de lo que ocurre. Pensativa y triste en el baño, no sabemos si revive el trauma o, debido a su edad, es consciente de la posibilidad de un embarazo.

El padre, por su lado, acentúa el control en esta etapa: sabe que Silvia está creciendo y se le puede escapar. Así, la va aislando, no quiere que vaya a estudiar a casa de una amiga “como si no tuviera una familia”, no quiere ni oir hablar de que vaya a estudiar música (la pasión que comparte con Maite) a Barcelona, algo que Silvia propone tímidamente.

Los sentimientos de Silvia hacia su padre son tan ambiguos como lo es el propio abuso: miedo, orgullo, celos,…Es lo que nos muestra cuando el padre se lleva a Silvia y a Maite, aún menores, conducir a un descampado. Para Maite sigue siendo un hombre estupendo, que les regala el ultimo CD de su grupo favorito y las deja conducir. Mientras conduce Maite, y el padre de Silvia la anima y elogia, aparecen el orgullo de Silvia por su padre y los celos por Maite.


Durante la época de la adolescencia de Silvia, la relación entre sus padres ha empeorado, y sus sentimientos hacia la hija son de aparente protección por parte del padre (y en contra de la madre a veces) y de crispación de la madre hacia los dos.


En una comida familiar aparece una Silvia con la cabeza agachada entre ambos padres, no pudiendo mirar a ninguno de los dos. El padre aparentemente protector con la mano sobre el brazo de su hija y la mirada hacia ella, mientras la madre, contrariada, mira al padre. Una imagen que nos muestra en toda su crudeza entre qué mundos está Silvia: entre un padre abusador y una madre que no la ve... o no la quiere ver.


La siguiente etapa nos muestra a una Silvia en la vida adulta. Muchas cosas han cambiado: sus padres se ha separado, la madre tiene otra pareja, ella vive con su padre, trabaja como auxiliar en la clínica odontológica de su padre y, al parecer ha renunciado a sus estudios de música.


Lo que no han cambiado han sido las consecuencias del abuso: sigue teniendo diarreas y ataque de pánico, dificultades y dolor en las relacione sexuales, sigue deambulando por la calles para evitar ir a casa,.. Se añade además una adicción al juego, con frecuencia se la ve en un salón de juegos, donde hace amistad con el camarero, que posteriormente será su pareja. No parece tener más relaciones sociales, salvo con Maite.


Precisamente el contraste con Maite llama la atención sobre la paralización del desarrollo de Silvia: ella sigue con sus estudios, se ha independizado y vive con su novio. Silvia parece haberse quedado estancada en casa y renunciando a todo aquello que le apasionaba y para lo que tenía capacidad.


En casa, la relación entre padre e hija es igual a la de una pareja: ella le prepara las comidas, desayunan juntos, le pregunta si le gusta el color de uñas que ha escogido, resuelven problemas domésticos,..


Esa situación de “pareja” termina cuando Silvia se tira de una taxi en marcha, tras haber visto a una pareja jugando con su hija, de edad parecida a la que ella tenía cuando comenzaron los abusos. Es ingresada en el hospital con una muñeca rota y permanece en observación ante las sospechas de la psiquiatra, y ahí comienza el alejamiento de su padre.

Las sospechas se confirman cuando, ante la visita del padre, sale huyendo, algo que presencia la doctora. Ésta impide el acceso del padre y habla con Silvia, a la que poco a poco, y de forma indirecta, va llevando a la revelación del secreto


Comienza una nueva etapa para Silvia, que recoge sus cosas de la casa de su padre y se va a vivir a casa de su madre y su nueva pareja, a la vez que comienza terapia individual y de grupo.


El camino de la terapia no será fácil ni corto, y a veces duda de que pueda llegar a estar bien.


Me veo como un vaso que se estrella contra el suelo y se rompe en mil pedazos, nunca podré recomponerlo


En casa de su madre las cosas tampoco son fáciles: claramente sobra y su madre no es capaz de aceptar lo que está pasando.


Los altibajos en este proceso se hacen patentes cuando, ante el desamor que percibe por parte de su madre, acude a casa de su padre, al que pide que le haga cosquillas (como comenzó todo) y con el que se acuesta. Al día siguiente es encontrada en la calle, acuclillada entre los contenedores por los servicios de limpieza.


Al final, es capaz de romper el silencio y enfrentarse a su madre, mientras comen juntas:

Silvia: Sabes... Mi primer amante fue papá... Mi primero y casi el único.


Madre: Solo a una mente enferma se le puede ocurrir semejante barbaridad.


Silvia: Es la verdad.


Madre: Estás enferma hija... Necesitas ayuda. No te das cuenta de que lo que dices no tiene ningún sentido. Que son imaginaciones tuyas.


Silvia: Ya... imaginaciones mías. Mis paranoias de siempre ¿no?. Como cuando nos dejaste y te pedí que me llevaras contigo. Te dije que no podría soportarlo, que me moriría... Te acuerdas lo que me dijiste, porque yo no lo he olvidado... Eso son manías tuyas cielo, nadie te va a cuidar mejor que tu padre. Lloré, supliqué, pero nada, yo no entraba en tus planes, como siempre. Sé que me odiabas, que lo sabías todo y por eso te ibas. Me tuve que escapar dos veces de casa para que me aceptaras en la tuya. ¡Eso también te has olvidado!


Madre: ¡Ya vale Silvia! ¡Ya vale!

Silvia: ¿De verdad no sabías nada de lo que pasaba? O no querías saberlo... ¿Verdad?


La madre se levanta y se va al lavabo y cuando vuelve sonriente se pide un café y le dice a Silvia si ella quiere otro.


Silvia: Perdona mamá, no volveré a disgustarte


Y así acaba la escena. La víctima, una vez más, disculpándose por haber perturbado el entorno.


Tras el enfrentamiento con su madre, Silvia se va a vivir con Maite y con el novio de ésta, que le acogen incondicionalmente a pesar de su perplejidad por algunas salidas de tono y comportamientos extraños como aporrear el piano, poner la música alta de madrugada,…. Es ahí cuando Silvia le pregunta a su amiga si su padre (el de Silvia) le tocó alguna vez, porque eso no se lo perdonaría nunca (la culpa de nuevo por no haber revelado un secreto que podía haber hecho daño a otros, aparte de a ella misma). Maite comprende todo de repente y la abraza y la besa.

El personaje de Maite es relevante porque es una constante en la vida de Silvia, son amigas desde la infancia, siempre ha estado ahí y no ha sabido nada. Parece como si el director nos colocara a todos los espectadores en ella: mirando todo y completamente ajenos a lo que pasa, como es la realidad de los abusos.


A partir de ese momento vemos a una Silvia nueva, incluso en su forma de vestir (hasta entonces sólo la habíamos visto con unos vaqueros) y con el pelo arreglado, con vitalidad e ilusión, disfrutando en a discoteca con su novio, más natural en el acercamiento, queda con los amigos, trabaja como camarera y vuelve a ensayar con Maite.


La escena final final de la película pone de relieve este proceso, cuando Silvia, que anteriormente había huido de su padre cuando ésta vino a buscarla a la salida del trabajo, decide finalmente visitarlo en su clínica odontológica (en la que ella había trabajado). El encuentro es breve pero decisivo. Cuando su padre le pregunta a qué ha venido, qué quiere, ella le responde que necesitaba comprobar algo: que le puede mirar. Comprobar que puede mirar a su padre sin avergonzarse, digna y sin miedo. Así lo hace mientras él baja avergonzado la suya sin poder sostener la determinación de su hija. Luego se levanta y marcha.


No puedo dejar de señalar los testimonios que en la terapia de grupo se van intercalando a lo largo de toda la película, algunos interpretados por actores y otros por víctimas reales de abusos infantiles. No sólo ponen voz de una forma durísima a lo que la película no muestra de forma explícita, sino que son en sí mismos un repertorio de los sentimientos y consecuencias que provoca el abuso: abuso de drogas o alcohol, miedo, problemas con la alimentación, enuresis, pesadillas, culpa, comportamientos sexuales promiscuos, sentimientos de suciedad, depresión, baja autoestima o agresividad.













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